Como comentaba en mi pasado post, un tiempo de mi infancia lo pasé en el extranjero, mientras la mayor parte de mi familia residía en Barcelona, este hecho conllevó que fuera un viajero muy precoz.

Tengo por tanto la enorme privilegio de ser testigo directo de la evolución del transporte aéreo en los últimos 30 años.

En los años 90 un vuelo Zurich- Bcn- Zurich tenía un coste aproximado de unos 500 francos que equivaldrían a unos 730 euros de hoy en día contemplando la inflación.

Volar era una experiencia única,  un trato excelente, sin aglomeraciones, en Swissair incluso la cubertería era de plata, comida caliente en todos los vuelos, sobrecargos de vuelo perfectamente seleccionadas, recogida de equipaje a domicilio…

De esta época entiendo viene una famosa frase que en la mayoría de vuelos podemos aún escuchar, «póngase cómodo y disfrute del vuelo…»  ¿y uno piensa cómo voy a estar cómodo?

Con el tiempo fue llegando la imperante  idea de la optimización de los costes para el incremento de beneficios,  ligado además a un aumento considerable de la demanda. La manera de volar dejo ser un lujo para convertirse en un caro método de transporte.

El cambio de milenio nos trajo junto a la evolución de internet las low-cost que revolucionarían el mercado de la aviación, provocando una bajada generalizada de los precios, creando un boom sin igual en el turismo.

Recuerdo cuando Ryanair abrió rutas desde Barcelona, el primer año realicé 12 viajes en 12 meses. El mundo había cambiado ya que en 20 años de diferencia había volado a todas las ciudades importantes de Europa por el mismo coste que en los 90 costaba un mero vuelo.

Cierto que con cada evolución se pierden cosas, volar  hoy ya no es ni lujoso, ni cómodo, ni agradable, simplemente es el camino que nos lleva a nuestro destino.

Y como dice la célebre cita atribuida a Henry Miller,

«Nuestro destino nunca es un lugar, es una nueva forma de ver las cosas»

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